Urbanismo denigrante
Escrito por editorgeneral el 6 julio, 2024
Miles de casas, edificios, bodegas, centros comerciales, avenidas, calles y carreras se observan en todos los planes de desarrollo de este planeta a pocos años del apocalipsis, en medio de una crisis climática que muchos niegan a pesar de los huracanes y las tormentas. En tanto desaparecen quebradas y lagunas, y los ríos mueren infectados y envenenados por la basura que la tecnología más extraordinaria, producto de sorprendentes avances, lanza sin prever la catástrofe que condena a la existencia humana. Sí, a pocas cuadras de elegantes condominios, o de mansiones suntuosas construídas en las reservas naturales que rodean pueblos y ciudades de este mundo, están, también, grandes vertederos de infecciones y enfermedades. Son tantas las nuevas urbanizaciones y los edificios que ya no alcanzan las palabras para bautizarlos. Varios encerrados entre árboles y en lugares idílicos, que le han robado parte de la vida a territorios en los que solo deberían estar los nidos de las aves, y toda la fauna y la flora desplazada por la codicia y el mal gusto.
En la construcción de las urbanizaciones o de edificios, y de otras obras, se utilizan toneladas de cemento, un polvo fino y suave que se utiliza como conglomerado, pues se endurece al entrar en contacto con el agua. Hay diferentes clases de cemento y su uso ha sido fundamental en la creación de pueblos y ciudades, de fábricas y puentes, de grandes avenidas que hoy comunican al mundo y lo acercan a un desarrollo significativo y necesario. Sin embargo, los ciudadanos del orbe, y su codicia, han hecho que grandes extensiones de tierra productiva se convirtieran en bloques de cemento que impiden que la vida de muchas especies se desarrolle normal y equilibradamente. Los nacimientos de agua, muchos pozos naturales y las rondas de los ríos han sido clausurados y la vegetación, en muchos lugares, ha desaparecido. Se ha detenido, sin misericordia, el desarrollo de la naturaleza y se le ha puesto una barrera a la vida normal de los seres vivos, por lujos superfluos y arribismos perversos.
“En la naturaleza nada hay superfluo”, decía Averroes el gran filósofo y médico musulmán. A esta sencilla sentencia habría que agregarle esta de Federico Nietzsche “Yo también hablo de la vuelta a la Naturaleza, aunque esa vuelta no significa ir hacia atrás, sino hacia adelante”. En estos dos principios, sin duda, navega la sensatez.
Por: Luis Fernando García Núñez