Tiene un sonido especial esta palabra. Si la repetimos seguida se siente el correr del agua, las goteras, las dimensiones de los ríos, los lagos y el mar. Agua es vida. Dos palabras con cuatro letras donde la a es principio y es fin. Inicio y fin de la vida. “… la hermana agua, que es utilísima, preciosa, casta y humilde”, decía San Francisco de Asís. Agua, dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno… el elemento más abundante de la superficie terrestre y de los organismos vivos. “Agua que no has de beber déjala correr”, dice el refrán… “La facilidad con que se suelen disipar los caudales, sobre todo los mal adquiridos, o bien que lo que ha sido y es legítimamente de una persona, tarde o temprano volverá a su dueño”.
Agua es un clamor. Inundados pero con sed. Aguaceros y lluvias a granel y el mundo pide unas gotas para beber. Los náufragos morían insolados y clamaban, en la inmensidad del mar, unas gotas del preciado líquido. Agua es la memoria y el himno y la razón. Agua para crecer y dar fruto piden las plantas y los animales. Agua es alegría y es paz. Dice José María Hinojosa, poeta español de la generación del 27: “Una gota de agua,/ qué poco es/ y qué pronto se acaba”. Al final, un vaso de agua por todo el oro del mundo, por los barriles de petróleo que se quieran. Un vaso de agua que dé vida a la vida. Un vaso de agua, aquí, antes del colapso final.
“Hemos hallado el agua”, Génesis (XXVI, 32). Un poeta anónimo dijo:
“Es el círculo perfecto del agua,
se repite el milagro día a día,
son manantiales que a la tierra bañan,
y nos permiten conservar la vida”.
Por Luis Fernando García Núñez
Continuar leyendo
