La historia de muchas palabras del español es especial, y la de celebrar es una de ellas. El primer significado, un poco místico, es “ensalzar públicamente a un ser sagrado o un hecho solemne, religioso o profano, dedicando uno o más días a su recuerdo”. Pero otros sentidos conducen a la algarabía y el regocijo: “Realizar un acto festivo por algo que lo merece”, que se puede considerar afín a “Mostrar o sentir alegría o agrado por algo”. También es “alabar o elogiar algo o a alguien”: Todos, con pocas excepciones, celebran el día cívico. Son miles de fiestas las que el mundo celebra, todos los días y en todos los lugares. No hay día de la semana que no se festeje algún acontecimiento especial, extraño o no, que conmemore aniversarios, acontecimientos especiales, oficios y homenajes: el Día de la madre y el del padre, el Día de la jirafa y el del Sol, el Día de la secretaria.
Todos esperan que las celebraciones ocurran en paz. Que sean motivo de jolgorio, pero también de armonía y de reconciliación. Y la sociedad debe estar muy firme en ese propósito para que los ciudadanos contribuyan a que esas jornadas sean de participación y descanso, de reflexión y fortaleza. Son necesarias para que los humanos tengan la capacidad de armonizar sus energías y convocar sus espíritus, que permitan reflexiones y motivaciones en torno a los desafíos del mañana. No solo se celebra en el momento preciso, se hace también después para recordar los hechos, tristes o no, que han ayudado a la construcción de una cultura, de una nación. Algunas celebraciones se convierten en conmemoraciones porque guardan sentidos patrióticos o simbólicos y fortalecen, por ejemplo, la libertad y los derechos. No celebran los espíritus angustiados porque sus dudas son deudas que tienen con ellos mismos. Sus dudas se convierten en verdaderas afrentas a los dilemas que los atan al silencio y a la indiferencia.
La verdadera celebración se hace en paz. “¡Que podamos cantar tu victoria, | y en el nombre de nuestro Dios enarbolemos la bandera! | ¡Que Yavé cumpla todas las demandas!”, dice el Salmo 20:6. Pittaco, uno de los siete sabios de Grecia, decía que “Las victorias más estimables son las que se logran sin efusión de sangre”.
Por: Luis Fernando García Núñez