Cuántas veces al día no se oye esta palabra que tiene su origen en los viejos sabios de la Grecia antigua. Quizás antes, en el trascendente oriente que tantas herencias dejó sin que sean consideradas como un tesoro extraordinario. Democracia, dicen los lexicógrafos, proviene del latín tardío democratia y esta del griego demokratía (gobierno del pueblo), formada por demos(pueblo) y kratein (gobernar), esta última proveniente de kratos (fuerza).También se asegura que en el siglo V a.C., durante el gobierno de Pericles, surgió en Atenas un régimen político basado en decisiones populares. Los ciudadanos se reunían en la Ekklesia o ‘asamblea popular’ para deliberar y decidir sobre las grandes cuestiones del gobierno. La historia de la humanidad no deja de asombrar, porque a su alrededor se han construido con suma audacia las mejores venturas, las más humanas y, al tiempo, las más aciagas trampas a la vida y la dignidadhumanas: la guerra entre ellas. “La democracia da a cada uno el derecho de ser su propio opresor”, dijo el poeta estadounidense James Rusell Lowell. Parece, sin duda, una buena definición.
Detrás de estos sentidos están otros que doblan y transforman el significado de una de las palabras más usadas en estos tiempos. Sí, marchan al tiempo con la democracia la justicia y la libertad, y también el derecho y la tolerancia. Para estos tiempos electorales bien vale la pena una reflexión que permita revelar todos los dilemas que encierra, más que una palabra, una disposición de servicio, de entrega a la comunidad y de honestidad y buen criterio. Si quienes aspiran a ser elegidos en algún cargo conocen la Constitución, la Carta Política que rige al país desde 1991, entenderán que los 380 artículos que la componen y las Disposiciones transitorias buscan que impere en Colombia la paz, y que ello se logra si todos son capaces de comprender al otro, de respetarlo, de defenderlo y que los candidatos quieran el bienestar del país y no el de unos pocos. Eso alienta el sentido de una palabra que vale más que sea seguida a que se exprese con cinismo e ignorancia.
Recordar, al final, el artículo 22 de la Constitución colombiana: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. ¡Esa es la más poderosa razón de la democracia y por ella se debe luchar incansablemente!
Por: Luis Fernando García Núñez