El cambio climático
Escrito por editorgeneral el 28 octubre, 2024
El clima ha cambiado y lo ha hecho de forma radical. Hace unos años muchos no lo creían y tenían argumentos para negarlo, pero a medida que pasa el tiempo esos argumentos se diluyen con la misma rapidez con que los huracanes, los incendios, la sequía se van instalando en un planeta al que le han robado las defensas con las cuales sobrevivir cuando lleguen los desastres. Como le sucede a los humanos que no cuidan su salud, que beben y fuman y no duermen. Una pequeña gripa es tan devastadora como una cruel enfermedad. Algunos humanos no se consideran parte esencial de la Tierra, son dueños y señores de todo. Abusaron de la salud de la casa común, y la avaricia de unos destruyó el sistema defensivo: Envenenaron los ríos y los océanos, talaron los árboles, acabaron con parte de la flora y la fauna, asesinaron a los cuidadores ancestrales, les quitaron sus tierras, los oprimieron hasta la muerte.
Tarde se dieron cuenta del mal. Incluso hay seres humanos –inteligentísimos–, que creen que nada pasa con que el río Amazonas y sus afluentes estén casi secos, no dicen cómo puede respirar el planeta si sus árboles y selvas –sus pulmones– desaparecen, si se esfuman su fauna y su flora, si se envenenan los suelos con plaguicidas, si se destruye la atmósfera, si el carbón sigue su expansión suicida. De nada servirán el oro, o los dólares o los yuanes o los euros. Una gota de agua no será suficiente para calmar la sed de una sociedad egoísta que no quiere que sus hijos y sus nietos tengan una vida tranquila, en la que no se asfixien por falta de oxígeno, en la que los páramos sean respetados, en la que se luche por la vida y se piense en el futuro armonioso que claman los niños y las niñas de hoy. Los jóvenes han asumido el reto de hacer entender que solo hay una vida posible y que esta debe ser sana y provechosa para todos y no para unos pocos.
“El día que la papa le gane la batalla a los frailejones no habrá agua con que cocinar las papas”, dicen algunos vecinos de Santurbán. Es, también, el oro que tanto codician los que nunca tendrán que vivir en el desierto que queda cuando se cierre la mina.
Por: Luis Fernando García Núñez