Una definición simple para una palabra compleja: “Falta de cultivo o de cultura”. Algo se dijo sobre los amplios sentidos que tiene el sustantivo cultura y ahora, en una síntesis, la Academia da esta pequeña definición… y nada más, sin acepciones, ¡y ya! Todo se ha trocado en esta especie de dilucidación que, aunque no pareciera, dice mucho… falta de cultivo es, sin duda, un buena síntesis y todo un principio sobre el cual se pueden establecer los terribles dilemas que vive la sociedad posmoderna. Mucha agua ha corrido bajo los puentes y la incultura sigue siendo una grave contrariedad de la humanidad. Es cierto que se han acortado sustancialmente las estadísticas del analfabetismo, se han abierto más posibilidades para cultivarse en cientos de academias y el desarrollo técnico ha ayudado a que los seres humanos estudien, se especialicen, viajen, investiguen y superen los obstáculos existentes para vivir en un mundo donde la competencia prueba, desde muy jóvenes, a todos los ciudadanos.
Detrás de tantas confrontaciones los individuos viven en sociedad, la mayoría necesita vivir en comunidad. Pocos no requieren de otros para sobrevivir en un escenario donde las costumbres y los saberes deben confrontarse con las realidades, las tradiciones, los valores, los descubrimientos, la ciencia. Con frecuencia, sin duda, hay que revisar algunos de esos ritos para saber si están en consonancia con el presente. El mundo avanzado de hoy rechaza las corridas de toros, por citar un ejemplo, y es posible que sean eliminadas, como lo serán otras muchas que alteran las dinámicas modernas del progreso y de las relaciones internacionales y humanas. La ciencia ha llevado, y es otro ejemplo, a descubrimientos que terminan con tratamientos médicos que eran usuales hace unas décadas en el campo de la psiquiatría, o del tratamiento de epidemias o pandemias que han azotado a la humanidad.
El poeta y filósofo alemán Federico Schlegel decía que el “El hombre inculto es la caricatura de sí mismo”. Y ahí parece decirlo todo. Es importante, por tanto, superar las dificultades que se tienen para que los pueblos se eduquen, tomen conciencia de su libertad y no la inviertan en el desprecio y la intolerancia, en ese juego perverso que algunos tienen de sus ilimitados abusos. Sí, al final, como decía Plutarco “Sujetarse a las leyes de la razón es la verdadera libertad”. ¡Pero no se ha dicho todo!
Por: Luis Fernando García Núñez