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La cometa, Señales a cielo abierto

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Más allá del origen y del significado, la palabra justicia ha adquirido una dimensión irremediable. Las constituciones del mundo apenas la abordan con cierto discernimiento parcial, y la Declaración Universal de los Derechos Humanos la mira desde una perspectiva legítima, pero incompleta. La justicia, tantas veces invocada, es apenas un subterfugio de quienes tienen un poco de poder sobre los demás. Según como les vaya, la aplican y siempre invocan a Dios para ponerla en el estrado de sus dominios. Pero la justicia divina es más exigente de lo que suponen quienes asumen sus poderes temporales. Son tantos los imperativos que pocos los alcanzan. El amor al prójimo no son solo las hipócritas convenciones del diminutivo, del saludo, a veces del abrazo, que podrían no ser necesarios si se trata bien a la persona, si se le paga el salario debido, exigido por las leyes, si se le respetan sus convicciones y se le promueve, si lo prometido se cumple y si se le considera un ser igual y hermano.

La justicia puede tener todos los significados que se quiera y un largo historial de ejemplos, bondadosos y dignos de encomio, pero solo es aplicable en el momento preciso y debido. No hacerlo implica el desmoronamiento de todos los himnos y de las oraciones que acompañan las peticiones que se hacen, con frecuencia desde la utilitaria seguridad de las comodidades, que garantizan la felicidad y el convencimiento de los consejos o de las triquiñuelas que se pueden elaborar, tanto con la mezquindad como con la perseverancia de la codicia. La salud, el buen trabajo, la educación, el derecho, la vivienda, la dignidad y el amor son esenciales en el ejercicio de la justicia. En el ejercicio honesto. Lo demás son artificios o convencionalismos hipócritas, esos que se usan para pecar y empatar.

“La justicia por sí misma no basta, y la experiencia enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de destruirla”, dijo el papa Francisco. Plantea una visión integral que incluye la compasión, la misericordia y la reconciliación, como componentes esenciales de una sociedad equitativa y humanista. Entonces, sin duda, “ser bueno es fácil; lo difícil es ser justo”, como decía Víctor Hugo.

 

Por: Luis Fernando García Núñez


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