Las herencias

Cuántas contrariedades dejan las herencias y cuántos desatinos se pueden cometer por apoderarse de ellas. Cuántas injusticias hay en su repartición y cuántas infamias se encierran. Millones de seres humanos han tenido que sufrir hambre y miseria porque un hermano o un tío, el más “vivo”, ha logrado apoderarse de la fortuna que pertenece a todos. Un crimen de esa naturaleza perdura porque ni los años que pasan borran la afrenta, y los herederos del que ha robado tendrán eternamente ese ultraje sobre su riqueza, como que lo que tienen no es suyo, como que, en buena parte, ha sido robado. Aunque la conciencia de los favorecidos se esfuma en el terror de sus avaricias y de sus secretos. Por las herencias han desaparecido familias completas, se han dividido padres e hijos, hermanos, y se han cometido las peores villanias. Cuántos viejos viven sus últimos días en geriátricos donde no los atienden debidamente o cuántos están en las calles esperando el día final, el instante en que todo termine por la ambición de un hijo o de los hijos que les han quitado el pan y la vivienda para quedarse con lo que les pertenece, con el trabajo de toda la vida.

Otras herencias mortales recorren este mundo de oportunistas y de avarientos que con mil trampas se han apoderado de fortunas obtenidas con ahínco y tesón, por gentes virtuosas y generosas. Los legados que dejan algunos criminales, que conquistan y acaban con territorios de gentes que por siglos han compartido tierras y riquezas naturales, y que le han dado vida y aliento a pueblos completos. Un ejemplo emblemático es, precisamente, este continente, América, una herencia desacreditada donde los viejos habitantes, los verdaderos dueños han sido despojados y exterminados para que insaciables y nefastos dementes disfruten de la riqueza y luego vuelvan un desierto las tierras que están para producir el alimento y el agua que requiere la vida.

El Diccionario de la felicidad dice: “Feliz quien al salir de este mundo deja un nombre inmaculado que infunda respeto por su honradez e integridad, libre de toda sospecha. Tal vez es la herencia que la disipación no puede devorar y está fuera de los riesgos de incendio, naufragio y cataclismo. Es la herencia patrimonial vinculada en la divinidad de nuestro verdadero ser”. ¡Sin duda!

Por: Luis Fernando García Núñez