Las palabras

Todos los manifiestos que se han firmado en el mundo moderno son palabras que tienen la capacidad de hacerse reales, de convertirse en acciones que pueden o no transformar a la humanidad. Cientos, miles, millones de cartas y de llamados por la vida están escritos o grabados, y también, infortunadamente, decenas de llamados a la guerra y a la destrucción. Ahí están y todavía se usan para convocar a la humanidad a seguir determinadas conductas y destruir o construir un planeta más coherente y justo. Todos los alfabetos existentes, y los miles de idiomas en que hablan los más de 8000 millones de habitantes, conservan en sus vocabularios una serie de palabras que hablan de la justicia y de la libertad como sentidos o significados existentes y, con seguridad, indispensables para que las civilizaciones evolucionen y crezcan con la debida responsabilidad. Aunque esa misma humanidad que tiene el lenguaje para comunicarse tenga la monstruosa habilidad de mentir y engañar.  

La historia está condensada en cientos de palabras escritas en un poco más de 7100 idiomas, muchos de los cuales han desaparecido o están a punto de desaparecer y con ello, seguramente, desaparecerán culturas y civilizaciones que se forjaron tras largas jornadas de labores en que murieron millones de seres humanos. ¿Cuántas lenguas había en el continente americano cuando llegaron los conquistadores? ¿Cuántas historias dejaron de contarse y se esfumaron? ¿Cuántas historias intentan algunos poderosos acallar en estos tiempos de algoritmos? ¿Cuántas palabras intentan borrarse para olvidar que un genocidio es la eliminación sistemática de un grupo humano, como lo hicieron con los judíos o lo hacen con los palestinos? ¿Con qué autoridad las poderosas plataformas de unos multimillonarios deciden qué se debe borrar y qué destacar? ¿La libertad y el derecho son palabras prohibidas para unos y reconocidas para otros? ¿Quiénes deciden qué noticias se pueden trasmitir y cuáles no? Y la academia ¿dónde está? ¿Quiénes la conforman? ¿Cuál es su papel?

Muchas preguntas y pocas respuestas, o muchas respuestas que no convienen. Los poderosos no quieren considerar su nefasto papel en la destrucción del planeta y creen que sus palabras son únicas, pero los ciudadanos los reconocen a pesar de sus mezquindades y de sus pretenciosas reflexiones. Tal vez no recuerdan que Goethe dijo que “toda palabra dicha despierta una idea contraria”, o no entienden lo que el poeta alemán quiso decir. ¡Pedantes que son!         

Por: Luis Fernando García Núñez