Algunas palabras tiene un significado emotivo muy especial. Obran un encanto sobre las gentes, que supera las muchas expectativas que encierran para los hinchas apasionados o para los seguidores, que encuentran en los títulos el sentido de la patria y el impulso de los valores más queridos de la nacionalidad. Así, los triunfos y las derrotas de la Selección son los triunfos y las derrotas de Colombia. Todas las disciplinas deportivas buscan el podio y las medallas, porque saben que esas palmas son para los pueblos que esperan que quienes los representen obtengan pleno éxito. Desde inmemoriales tiempos los seres humanos buscan vencer, ser los mejores. Los Juegos Olímpicos en Grecia otorgaban a los vencedores, si eran los de Olimpia, una corona de olivo, si eran los Juegos Píticos de Delfos, se les daba una corona de laurel, y la corona de apio se confería en los juegos Ístmicos y Nemeos. Y quienes ganaban, los campeones, se convertían, era el culmen, en héroes respetados y queridos por la polis.
Las competencias promueven ese deseo fogoso de ganar, de superar y demostrar la supremacía. Ganar es, sin duda, un deseo general. Pocos quieren ser derrotados, aunque algunos sacan provecho de esos reveses. Por lo tanto, una misión histórica de la humanidad es instruir para que, tanto el triunfo como la derrota, dejen lecciones extraordinarias. Debe hacerse, sobre todo, con los niños que tienen ese espíritu competitivo que han aprendido de los mayores y que, infortunadamente, no ha sido promovido con la sensatez que requiere la realidad de la vida. Muchos triunfos se vuelven derrotas lamentables y, precisamente, ese ánimo triunfalista no produce los efectos esperados y, al final, se convierten en desdichas y tormentos. Una lección dejan, por citar una, los cruentos enfrentamientos entre los hinchas del balompié. Otro ejemplo triste es “la guerra del fútbol” entre Salvador y Honduras que dejó cientos de muertos y desplazados en 1969. Aprender a ganar y perder es una lección necesaria que requieren quienes quieren competir. Esa es la primera enseñanza y la primera gran victoria.
Las lecciones están ahí y hay que conocerlas. El mariscal francés Turenne dijo “Es preciso haber sido derrotado dos o tres veces para poder ser algo” y, para cerrar, el magnífico escritor español Ramón María del Valle-Inclán aseguró que “Lo mismo da triunfar que hacer gloriosa la derrota”.
Por: Luis Fernando García Núñez