Los pecadores

Deberían ser estos días espacios de reflexión, de sosiego y comprensión. El mundo cristiano tiene esta semana para renovar sus principios, recordar el sacrificio de Jesús y reconocer su trayectoria vital en la realidad, en un mundo pleno de injusticias y desigualdades, de autoritarismos y desprecios por la vida, de codicia sin fin, de humillaciones. La singular entrega y el martirio del hijo del carpintero, su disposición de servicio a los pobres y a los justos debería ser un ejemplo para quienes detentan el poder. Son días para integrarse con fervor al sentido de comunidad y solidaridad. Un recorrido por los cientos de actos que realizó Jesús es esencial para la construcción de la paz, la justicia, la libertad, la confianza y la concordia: Sería un planeta feliz y la tranquilidad de todos sería su bandera, su cotidiano sentir. La palabra de Dios sería entendida por todos, sin engaños, sin hipocresías o desprecios, ella sería la guía del mundo donde los sueños serían una realidad. 

No obstante, la avaricia y el despotismo se han impuesto, y con ellos la astucia y el artificio. Se ha enaltecido una lectura amañada y desleal de la Biblia y los libros sagrados, y muchos de los pastores, llamados a difundir la verdad y el amor, han sometido, a su acomodo, ese mensaje y lo han convertido en instrumento de sus mezquinos intereses, de sus argucias para obtener grandes fortunas y alcanzar altos destinos e imponer sus criterios egoístas. Esos cruzados fariseos no siguen el ejemplo del nazareno. Ellos son los que crucifican y se benefician del poder, son los mercaderes que Jesús sacó del templo; pero su farsante conducta se ha generalizado y han aprovechado la ignorancia del pueblo, lo han espantado y le han abochornado su dignidad, lo han cegado y lo han adoctrinado para odiar al distinto, le han alterado la confianza y le han enseñado un destino incierto y humillante. Jesús conoció a estos fariseos y, desde entonces, dijo que eran sepulcros blanqueados que por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de impureza.

Clemente XIV dijo con ineludible certeza que “Los más de los pecadores pasan su vida ofendiendo a Dios y confesándose”. Aquí quizás haya que decir que “el que peca y reza empata”, como una fingida disculpa para negar los pecados que, de todos modos, están ahí.  

Escrito por: Luis Fernando García Núñez