Tatuajes, piercing y aretes

Algunas decisiones que provocan desconcierto, sobre todo en los mayores, son esas que toman los jóvenes -aunque haya adultos que también lo hagan-: usar un arete o un piercing, o pintarse un tatuaje que queda impreso para siempre, como una decisión que, con el pasar de los años, irá o no provocando arrepentimientos profundos. Más furor produce hoy si los muchachos –hombres– toman la decisión. Sobre ellos caen insultos y molestos e ignominiosos calificativos. Muchos son los altercados y las diferencias que suscitan estos “aderezos”, que a través de la historia han tenido significados muy exclusivos y pueden sintetizar un momento de la vida. Los piercing han sido tomados de las culturas del mundo, los esquimales, por citar un ejemplo, cuando los niños pasan a ser adultos, y ya tienen cualidades para salir a cazar con los mayores, son perforados con los labrets, una forma de piercing. En diversas comunidades las mujeres viven estas perforaciones con fines especiales para los rituales y sus roles en la comunidad.

Aretes y tatuajes cumplen similares fines. Amplios sentidos culturales, sobre todo en estos tiempos en que los grupos utilizan, como siempre ha sido, símbolos con los cuales se posicionan y se diferencian. Las banderas y los escudos de los países son, sin duda, expresiones de la soberanía que la defienden y la definen. Los partidos políticos y los movimientos de toda índole tienen una marca que los reconoce, al punto que varios de esos símbolos son prohibidos, como la esvástica –cruz gamada– de los nazis porque recuerdan los crímenes de Hitler y sus secuaces que, no obstante, tienen pervertidos seguidores en estos tiempos. Así, los aretes –y los anillos– han cumplido un simbólico papel en la historia de la humanidad. Dicen que los aretes aportan un principio divino, pues la energía que trasmiten aporta felicidad, paciencia, alegría, deseo espiritual, habilidad para el perdón y perseverancia.

Habrá que tener en cuenta esta máxima de Anatole France: “Llamamos buenas costumbres, a las costumbres habituales; malas costumbres a aquellas a las cuales no se está acostumbrado”. De ese nimio límite pende la capacidad que tenga la humanidad de respetar las costumbres de unos y otros.

Por: Luis Fernando García Núñez