¡Salud!, es la palabra del brindis. De origen latino, como tantas otras del español, tiene bellísimos significados, entre otros, según el Diccionario de la RAE, uno muy llamativo: “Libertad o bien público o particular de cada uno”. Así que gozar de buena salud es gozar de libertad. Es como un llamado a preservarla y a promoverla de todas las formas posibles. Un pueblo sano es un pueblo libre y, claro, un pueblo que progresa y está en paz. Buscar la salud es también un “estado de gracia espiritual”, según el cristianismo, porque es la salvación –consecución de la gloria eterna–.
Este principio, contemplado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, artículo 25, dice: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios;…”. Un compromiso, fundado en el bienestar común, que señala caminos que deben seguir todos los ciudadanos que viven en comunidad. Así, la salud pública es un “conjunto de condiciones mínimas de salubridad de una población determinada que los poderes públicos tienen la obligación de garantizar y proteger”.
Se requieren espacios y habilidades humanas que restablezcan la salud perdida, que susciten el logro de actitudes más humanas frente a la enfermedad, sobre todo cuando esta amenace a la sociedad en su conjunto, y todos los recursos que se destinen deben ser reconocidos como esenciales para el bienestar general. Las campañas mundiales, nacionales o locales son fundadoras de los caminos de la solidaridad, de la confianza en los habitantes, y destacan el compromiso inalienable de la lucha para contrarrestar el mal que azota ese momento. Todos los recursos destinados son pocos y no hacerlo, y aprovecharse de la enfermedad para enriquecerse, se constituye en un crimen de lesa humanidad.
Bías, uno de los siete sabios de Grecia, decía: “Uno de los dones de la naturaleza es disfrutar de buena salud; las riquezas son de ordinario efecto del azar”.
Por Luis Fernando García Núñez