Algunas perversas costumbres se han impuesto con asombroso cinismo. Están ahí y, aunque no lo son, parecen justas y honradas. Son, como se dijo, costumbres y esta palabra tiene hondos significados en algunos pueblos: “Manera habitual de actuar o comportarse”, dice la primera acepción del Diccionario. No importan los niveles de estudios, ni las profesiones de fe. Se impusieron y se han convertido en parte de ese difuso paisaje que existe entre lo correcto y lo incorrecto. Una, se podría decir, pintarrajeada corrupción en la que están implicados todos. Los buenos y los malos en que, infortunadamente, se dividen estas sociedades donde alternan también las grandes acciones y las malas. Una bondad a medias…, como un símbolo de esa solidaridad perversa de la que se ufanan algunos, cuando en realidad el que se ufana es el único beneficiado. Descubrirlo cuesta un poco y del asombro se va al hecho con cierto disimulo y con taimada certidumbre.
Apenas alguien empieza a poner un poco de orden, para que las cosas sean justas, medio mundo, cuando no todo, se viene encima del que quiere enmendar los tantos yerros que se cometen y se han cometido. Así lo viven estos pueblos que llevan siglos luchando por el bienestar de todos y la dignidad. En estos días -el 16 de marzo-, se cumplen 243 años de la insurrección comunera que intentaba, en ese entonces, acabar con las corruptelas y las infames contribuciones que exigía una corona decadente y derrochadora que hacía guerras en Europa a costa de la vida y la tranquilidad de los habitantes de sus colonias. Ya se sabe cómo terminaron esas memorables jornadas y las consecuencias que pagaron los líderes honrados, que creyeron en la rebelión y en la necesidad de cambiar el destino de estos pueblos. Treinta años después la independencia y, sin embargo, todavía reina la injusticia y esa ladina y nefasta hipocresía de quienes haciendo el mal quieren ostentar que hacen el bien.
La educación es el instrumento vital para que los niños y niñas de ahora reconozcan cuáles costumbres nacen de la buena conciencia de los hombres y cuáles no. Un canto popular lo dice mejor: “Con los de malas costumbres/ nunca trato has de tener;/ que un hombre malo y vicioso/ a ciento suele perder”.
Por: Luis Fernando García Núñez