La sangileñidad

Pertenecer a un pueblo, a una región, a un país o a una cultura determinada se convierte en un agregado a la personalidad y el comportamiento de los seres humanos. Es parte del patrimonio inmaterial de las naciones. No se refiere a los nacionalismos enfermos y excluyentes -con frecuencia racistas y xenófobos- sino a una herencia profunda que los seres humanos llevan en su alma. Ser sangileño o sangileña tiene una impronta exclusiva, y más si se agrega que se es santandereano y también colombiano. Es la construcción de la nacionalidad, esa “condición o carácter peculiar de los habitantes de una nación”, como dice el Diccionario de la RAE, con una identidad especial que no lo excluye de ser habitante del mundo. Representa, además, la fuerza viva de un Estado y en el lugar que esté, por lejano que sea, un sangileño es un sangileño, incluso si ha cambiado su ciudadanía.

El 11 de mayo de 1689, dicen los historiadores, la Real Audiencia de Santafé de Bogotá, en cabeza de don Gil Cabrera y Dávalos, firmó la aprobación para la creación de la Villa de Santa Cruz y San Gil de la Nueva Baeza, que había solicitado el 17 de marzo don Leonardo Currea de Betancurt. En el 2004, el Decreto 006 del Concejo Municipal de San Gil, fijó la conmemoración anual para el 11 de mayo. Es un día especial y los ciudadanos ondean la bandera azul, verde y roja como testimonio de su especial lealtad y afecto por una ciudad que ha sido protagonista de la historia del departamento y del país. Allí, a orillas del río Fonce y del Parque el Gallineral, se mantiene un espíritu de amor por la cultura y el arte, y una vocación profunda de posesión del lugar donde se fundó el pueblo que se evoca con amor y orgullo.

Cicerón decía con ahínco, el que seguro compartirán los sangileños, “La patria tiene derecho a que nuestra alma, nuestro talento y nuestra razón le consagren sus mejores y más nobles facultades”. Y para fortalecer ese sentido de pertenencia es bueno citar una hermosa sentencia del político español Antonio Maura que dice “La patria no existe sin el amor de sus hijos”. Así, el llamado desde La Cometa, la emisora comunitaria, símbolo de San Gil, es que se valore, sin dudas, este bien maravilloso.

Por: Luis Fernando García Núñez