El turismo es una actividad económica que mueve muchedumbres y dinero. El ir de un lado para otro, el disfrutar de paisajes y de aventuras de toda clase, el descansar (?) para recobrar fuerzas y, de paso, conocer, se convirtió en poco tiempo en una próspera industria que ha trasformado muchos paisajes en selvas de concreto y ha convertido pueblos y regiones en escenario de encuentros de ciudadanos del Planeta. Esas multitudinarias excursiones, en las que vivir y advertir diferencias es un plus con el que los turistas presumen con sus familias y amigos, es al tiempo una promoción para que otros, en próximas ocasiones o vacaciones, hagan el viaje y superen a los primeros viajeros que, seguro, también llegaron a su destino por recomendaciones de amigos o de la publicidad que recorre el desmedido mundo de los negocios.
El problema del turismo está, precisamente, en los turistas de carne y hueso que hablan y pagan por esos largos viajes, que suponen traslados de ciudades a pueblos o de pueblos a ciudades o a países del orbe. Esos turistas llegan prevenidos y exigentes… quieren superar las experiencias vividas por los primeros visitantes, ir un poco más allá y muchos están dispuestos a pagar y vivir la aventura con unos tonos más fuertes. Y los vendedores de turismo lo saben y saben que la disposición de estos viajeros no tiene límites, sobre todo económicos. ¡Pagan lo que sea, aunque les den lo mismo o incluso menos! El arrebato y la alegría sin fin van de un lado a otro, los cambios de planes se suceden a la misma velocidad con que se toman unas copas, cantan y bailan, sin importar la suerte y las necesidades de los vecinos.
Un alto en el camino fue la pandemia, pero poco se aprendió de ella. No se analizaron los dilemas que se presentaron y el llamado de atención para hacer más humanos y profundos los viajes fuera de casa: pensar, por ejemplo, que el turismo es una oferta revolucionaria que permite convertir al mundo en la casa de todos. No obstante, Joaquín Luna decía en La Vanguardia (de España), en 1995, que “El turista es un hijo del siglo XX que solo viaja para confirmar sus prejuicios”. ¿Será?
Por Luis Fernando García Núñez