Un fantasma recorre a Colombia desde hace décadas y es el fantasma de la violencia. Ahí está, y ha arrinconado a la razón y a la dignidad de los pueblos. Son más de dos siglos de odios y afrentas que han deslegitimado su presencia en el concierto de las naciones. Por muchos años, la hipocresía de buena parte de su dirigencia mantuvo sobre el país una cierta respetabilidad internacional. Los medios de comunicación, y una taimada censura, impusieron una narrativa que el mundo de las redes y los nuevos instrumentos técnicos ha ido develando para mostrar lo que solo parecía el leitmotiv de cientos de novelas y cuentos sobre una época azarosa que, es cierto, ha cambiado de etiqueta, pero sigue azuzando el odio y promoviendo y promocionando la venganza, urdidos por el demonio del racismo y el desprecio por el Otro, por el diferente.
El camino para lograr una mirada justa y sabia sobre el mundo es largo. Son años de educación, de formación de ciudadanos que descubran que el camino de la sensatez y la tolerancia es el que se debe seguir para bien no de unos pocos, sino de todos. Es pensar en los niños y las niñas, en los jóvenes, en los adultos mayores que requieren de una sociedad capaz de tratarlos como merecen, de establecer una justicia social donde nadie va a ser maltratado, donde nadie conculque los derechos, donde los días finales sean gratos. Como decía san Isidoro “Vence la violencia con la suavidad, vence la malicia con la bondad”. Los caminos son múltiples, son diversos y todos son válidos y merecen respeto. Nadie tiene derecho sobre la vida de los otros, y es preciso que todos hagan posible que la felicidad no sea una utopía sino una forma precisa de vivir. Leonardo de Vinci decía “Quien no ama la vida, no la merece”.
Es un llamado a la conciencia humana para que el imperio de la paz sea posible, para que no se humille la existencia de los disímiles, para volver al camino que Jesús planteó con tanta fuerza: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida” (Juan 14:6). Generosidad, que tanta falta hace, reconocimiento del otro, verdad y solidaridad para construir el mundo que debería imperar. ¿Por qué es tan difícil?
Por Luis Fernando García Núñez