Aeropuerto Los Pozos

El desarrollo de una región tiene, entre otros, un significado esencial: una nueva conciencia participativa de la comunidad en la construcción de una sociedad justa, sostenible y equitativa. Sin duda, las vías de comunicación juegan el papel más transcendental en la consolidación de esa conciencia, la hacen más profunda y asertiva, más comprometida en fortalecer los principios vitales de la democracia, la libertad y el pluralismo. Por eso, al volver el Aeropuerto Los Pozos de San Gil (cerrado por la Aerocivil en 2014), dispuesto a servir al sur de Santander, se da un aviso que promueve interesantes procesos en el avance económico y cultural de la capital turística de Santander y las provincias guanentina y comunera. Es una transformación que alcanzará, en poco tiempo, hitos muy reveladores para Santander. Así, debe mirarse a San Gil y los municipios cercanos, como ejes esenciales del desarrollo turístico por citar, sin duda, uno de los más dinámicos que existen.

Quizás valga la pena recordar, para hacer un poco de historia, que el primer aeropuerto operativo de la historia fue el Collage Park Airport de Maryland, cerca de Washington, que inició labores en 1909 y que se constituyó en la razón de un acelerado progreso, como sucedió en Colombia con el Aeropuerto de Techo, en Bogotá, que funcionó desde 1930 hasta 1959, cuando fue reemplazado por actual El Dorado. Estos terminales aéreos le dan vitalidad a un país y le permiten conectarse con el mundo con rapidez y seguridad. La historia de Los Pozos se remonta a 1922, cuando se dispone de un terreno plano, en la parte alta de San Gil, para la llegada de una aeronave piloteada por el francés M. Machaux. Los propietarios del terreno, Roberto Rueda Galvis y Sofía Parra de Rueda, lo cedieron y se organizó una sociedad que hizo realidad el aeropuerto que, en mayo de 1951, fue inaugurado oficialmente con el aterrizaje de varias avionetas provenientes de Bogotá y Bucaramanga.

Aquí vale la pena llamar la atención de la urgencia de volver, de otro lado, a los ferrocarriles, sobre todo cuando el mundo aspira a disminuir las energías fósiles que tienen a la Tierra al borde del colapso climático. Es el momento de pensar en grande, pensar por la vida y el futuro de todos, en especial de los pequeños: los herederos de este planeta.

Por Luis Fernando García Núñez