El panorama es desolador. Pocos entenderán el aterrador significado de las palabras del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres. Pocos las oirán, pasarán inadvertidas a pesar del drama que ellas encierran, de la advertencia que manifiestan. Tampoco leerán las páginas de las revistas dedicadas a los temas ambientales, ni las indicaciones de los investigadores, ni las recomendaciones de los expertos. La guerra continuará inevitablemente en Ucrania y en África y en Asia, y los gases lacrimógenos seguirán ayudando a que la capa de ozono desaparezca y el consumo, casi desesperado, de combustibles fósiles y de plásticos será impetuoso. Pocos comprenderán que la palabra ebullición tiene que ver con hervir, con un estado de agitación desesperante que marcará las tendencias de los próximos años, de los pocos que le quedan de vida a este planeta que no se cuidó y empieza a vivir sus últimos estertores.
Las temperaturas que se han alcanzado en estos días son un pronóstico pavoroso para las próximas semanas. El mundo asiste casi impávido a su destrucción mientras los incendios acaban con Grecia, con Canadá, con Estados Unidos. La incertidumbre reinante en América con las sequías, como la que vive Uruguay, el terror de inundaciones y vendavales y tormentas se extiende por buena parte del globo en que vivimos, y asistimos al apocalipsis entre asombrados e indolentes. Y una ambiciosa y sórdida dirigencia mundial, sin clemencia con los habitantes de la Tierra, sigue encadenada a las riquezas y el poder. Armas y grandes sumas de dinero para aplacar sus mezquindades y sus aspavientos de señores y señoras de la guerra, destinan fortunas incalculables para la compra del más sofisticado armamento de que se haya dispuesto en la historia. Cientos, miles, millones de niños y niñas, de ancianos padecen la indolencia y el desprecio de los dueños del mundo.
Es un llamado a los lectores a promover un gran encuentro con la naturaleza, es una súplica a buscar otros caminos, a reconocer que el final se acerca y que todo depende de estos seres pensantes a quienes se entregó esta casa para cuidarla y preservarla y no para devastarla. Es el principio del fin y ya no se podrán borrar las escenas horrendas de la catástrofe. San Ambrosio decía que “La naturaleza es la mejor maestra de la verdad”. ¡Candidatos, en las próximas elecciones se medirá su interés por la vida de todos!
Por Luis Fernando García Núñez