Progreso y violencia

Estamos en pleno siglo XXI. Los avances científicos y técnicos son sorprendentes y el mundo vive, sin darse cuenta, una utopía que habían develado y promovido los más audaces escritores de ciencia ficción. El viaje a la luna, de Julio Verne, se hizo realidad y los descubrimientos interplanetarios han pasado las órbitas de ese mundo de ficciones que unos cuantos futurólogos previeron hace décadas. Esa es la historia. El hombre ha avanzado en cien años tanto como lo pudo hacer en siglos de existencia. La revolución industrial forjó los más extraordinarios progresos y con ella empezó la Tierra a hacerse más pequeña. Poco a poco los continentes se conectaron y ahora se sabe que está pasando en Japón o China en solo unos segundos. Solo un ejemplo ya viejo, en Europa, con la llegada del tren, los viajes se hicieron más fáciles y un viaje de París a Madrid apenas dura unas cuantas horas, cuando antes se necesitaban varios días y dificultades infinitas.

¿Para qué han servido estos increíbles avances? ¿Quiénes se han beneficiado? ¿Al común de las personas qué les han aportado los descubrimientos? ¿Por qué se desborda la violencia y por qué las relaciones humanas han retrocedido tanto? ¿Por qué las guerras y los odios? ¿Por qué unos pocos son los beneficiarios del desarrollo? ¿Por qué la dirigencia mundial gasta más dinero en armas que en salud y educación? ¿Cuántas más preguntas? Sí, claro, muchos interrogantes y muchas respuestas, pero el silencio hipócrita de unos pocos, con fortunas que podrían salvar a la humanidad, se extiende desde sus poderosos medios de información, desde sus micrófonos, siempre abiertos, desde sus pedestales del poder para solo mostrar ese mundo desbordado del consumo, del placer, del desprecio, del terror.

Una vieja sentencia llamaba la atención a los hombres de gobierno y les decía: “si quieres merecer la estimación de los buenos, no hagas más que justicia; renuncia a hacer gracia”. Sí, se podría reemplazar gracia por fortuna. La ambición es, sin duda, el motor del progreso y nada importa el Otro, y entonces la guerra es el arma infernal de los poderosos, aunque “La guerra no arregla nada… ganar una guerra es tan desastroso como perderla”, decía Agatha Christie. ¡Y así es!

Por Luis Fernando García Núñez