Olvido

Con frecuencia olvidar es una necesidad. Un imperativo que busca que la tranquilidad y la vida hagan su tránsito hacia una realidad más ecuánime, más feliz. Pero no siempre sucede eso porque también, como decía Aristóteles, el “olvido es señal de menosprecio y, por tanto, causa de enojo”. Esta reflexión puede generar una serie de opiniones en una sociedad que ha tenido que soportar los avatares de una desmedida violencia, del desprecio, del racismo y la exclusión, a pesar, singular paradoja, de la alta religiosidad o espiritualidad que exteriorizan las personas. Es, posiblemente, la falta de una formación humana más sólida y plural. Es también la construcción de una cultura marcada por los exclusivismos, un marcado y depravado patriarcalismo, el desconocimiento de las virtudes y los valores que la hacen más fructífera y civilizada. Esas circunstancias han minado la relación de los seres humanos y, de paso, destruido las fuentes seguras de la armonía, de la paz, en otras palabras.

Las voces más oídas están envenenadas por las pasiones y la venganza va de la mano de quienes buscan justicia y, entonces, convierten el derecho -y esa justicia-, en la sombra de torturas y represalias que solo quieren ojo por ojo, diente por diente, la execrable ley del talión, que conduce a la ruina total y a la miseria. Y la espiral sigue su camino sinuoso, sin mayor provecho, y encadena familias y pueblos en una larga guerra que siempre sufren los más desvalidos, los pobres que, con frecuencia, nada tienen que ver con los desquites y las afrentas. La humillación de los pueblos se convierte en una tragedia de grandes proporciones que no se puede olvidar porque en ella están implicados quienes deberían haberla evitado. No son más cárceles, ni más castigos, ni más penas, las que sanaran la herida… solo la verdad y el compromiso de no repetir esos atroces hechos permitirán una sociedad más solidaria, más justa, más humana.

Sin duda, no son el olvido ni la venganza los caminos que se deben seguir, son el perdón y la reconciliación, la audacia de entender que los años de vida serán más placenteros y fructíferos si se viven en paz, en felicidad. ¡Nada más y nada menos!

Por: Luis Fernando García Núñez