El egoismo es una enfermedad humana, es una dolorosa condición de aquellos que no saben cuánto vale lo que hace el Otro. Excluir es una afrenta cargada de ignorancia y de vanidad, y solo ignoran aquellos que no alcanzan a portar su dignidad y su sabiduría. Aquellos que se creen únicos e irreparables, que en su pobreza mental no pueden valorar el trabajo y las reflexiones de los demás, y siempre caen en terribles contradicciones porque no tienen la capacidad de reconocer que sus iguales son tanto o más valiosos que ellos mismos. Desconocer es una condición de los débiles de espíritu y en esos seres no se puede confiar porque con seguridad tienen en el engaño y la hipocresía sus armas más comunes y más pavorosas. Una condición exclusiva del ser humano es la solidaridad y la confianza, el amor a sus semejantes, la sapiencia y la razón son sus armas preferidas y válidas. “El que no piense más que en sí, no puede ser querido de nadie; y el que de nadie es querido, acaba por ser infeliz”, decía la periodista española Concepción Arenal.
La conciencia de la tranquilidad nace en la forma de actuar frente a los otros, frente a los compañeros y amigos de la vida, frente a la sociedad en la que se vive. Y esa misma conciencia permite que se reconozcan los valores y los saberes de cada uno. El egocentrismo invade esos espíritus resentidos y murmuradores, que no tienen la capacidad de registrar el valor y la novedad que impone el contradictor, el Otro. Descartar es la más frecuente forma de responder, y es tan perversa que puede destruir las otras posibilidades que existen, y que ayudan a transformar los derechos y las libertades, porque la vanidad se impone sobre muchas razones que son indispensables para que impere una forma más amplia de ver y de extender el pensamiento colectivo. Son el rencor y la rivalidad que tantas afrentas trae consigo, que tantos sinsabores produce en la conducción de una comunidad y tantos dolores entre quienes comparten sus experiencias y sus actividades.
El filósofo suizo Federico Amiel decía “No esperemos a ser buenos y cordiales. Apresurémonos ya desde ahora a alegrar el corazón de nuestros compañeros durante la corta travesía que es la vida”. Una reflexión que llama al respeto y el reconocimiento del Otro.
Escrito por: Luis Fernando García Núñez
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