Madre

En todos los idiomas posibles, y en todas las escrituras existentes, esta palabra tiene alcances insólitos. La Tierra, para citar el ejemplo más paradigmático, que ha sufrido tantos martirios, es conocida también en quechua y en aimara como la Pachamama, fuente de la vida, la fecundidad y la prodigalidad, que abraza a todos los seres que la habitan, si bien algunos en vez de honrarla la inmolan robándole su esencia, su riqueza, su salud y su fuerza cósmica. Esta madre que todos comparten, y que debería ser amada, siente la fuerza de aquellos hijos que la destruyen para alimentar su codicia y su odio, aunque les brinda la esperanza de la vida y de los días y las noches. Esa madre hace posible que sus habitantes puedan vivir y soñar. Aquí todos tienen derecho a lo que ella brinda y todos le deben un respetuoso y sincero afecto que se debería traducir en veneración y amor, en cuidados especiales para que proporcione sus frutos.

Todas las madres tienen una misión extraordinaria y todas la cumplen con suficiente responsabilidad: Crear la vida y proporcionar el aliento que le insufla fuerza y razón a la existencia. Muchas tienen que soportar terribles tormentos, muchas viven en la extrema pobreza, muchas son explotadas y sacrificadas sin ninguna recompensa. Millones están en las calles del mundo postradas sin otra posibilidad de vivir que la caridad, muchas están ahí ayudando al mundo para que siga adelante, para que la dignidad se vuelva costumbre y para que los hijos tengan todo lo que se requiera en el camino, a pesar de que muchos no lo reconozcan, a pesar de que las abandonen en los instantes en que más necesitan compañía y amor. Reconocer su misión es una obligación, la más importante de las muchas que tiene la humanidad, y un día o un mes son apenas un reconocimiento a su existencia, a la importancia de su trabajo porque han sido las dadoras de la vida, son la extensión de una presencia sagrada: en sus manos está la salvación del mundo, dijo León Tolstoy.

“La madre es nuestra providencia sobre la tierra en los primeros años de la vida; nuestro apoyo más firme en los años siguientes de la niñez; nuestra amiga más tierna y más leal en los años borrascosos de la juventud”, decía Severo Catalina, y ahí está dicho todo.

Escrito por: Luis Fernando García Núñez