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La cometa, Señales a cielo abierto

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Millones de viajeros por placer van por el mundo todos los días. Salen de todas partes y son infinitos sus deseos. Hay turistas de toda clase y tienen muchos propósitos: divertirse, conocer, comprar, estudiar y, a veces, quedarse en un lugar durante un largo tiempo. Algunos tienen dinero y son profesionales, con el dominio de dos o tres idiomas, simpáticos, respetuosos y tranquilos, los hay que disfrutan, preguntan y hacen amigos, los que salen con sus familias en grandes romerías, acompañados de una o dos mascotas, de los abuelos y los niños, de amigos. Otros, que ya conocen los lugares que visitan, van a pasar unos días para descansar, y también quienes buscan otros sitios donde vivir. A esos viajeros se suman los afamados paseos de olla, los que acampan, los que duermen en los parques y los que llegan donde familiares y amigos. Los extranjeros que vienen porque han conocido las promociones y la marca país, y los encantos de la naturaleza, los nacionales que quieren explorar su patria y hacer esnobismo.

Los turistas tienen algunos privilegios y los saben aprovechar, pero con frecuencia cometen muchos atropellos contra el medio ambiente y contra los nativos. Creen resolver todo con dinero y no miden las ofensas que realizan y que se han convertido en movimientos contra el turismo. Música a todo volumen, gritos desaforados a cualquier hora, basura, trancones y abuso contra los habitantes, además de conductas criminales, han sido el motivo de que en muchos sitios sean aborrecidos y recriminados. Son personas que creen que el dinero es un escudo para sus abusos y sus desplantes, y que se les debe rendir pleitesía y corresponder a sus desmanes. Un turista agresivo al que el esnobismo y el menosprecio le parecen normales, porque para eso pagan. Un viajero que no conoce las mínimas normas de civismo y de respeto por las culturas que visita y, con seguridad, tampoco lo hace en su lugar de residencia. A esos deplorables paseantes hay que enseñarles que en cualquier lugar del mundo hay normas especiales que se deben seguir, porque ellas permiten la tranquilidad y el goce de todos, él incluido.

Joaquín Luna decía que “El turista es un hijo del siglo XX que solo viaja para confirmar sus prejuicios”. ¿Será cierto? De todos modos, es una interesante reflexión.

 

Por: Luis Fernando García Núñez

 


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