Envidia

Es mejor despertarla que sentirla, dice el refrán. A veces se convierte en un estado bochornoso de lamentos y puede trastornar la convivencia de una comunidad, o sembrar asombros y pesadumbres que no son necesarios en un mundo donde las dificultades y las respuestas tardan apenas unos segundos en darse. En otras épocas había tiempo suficiente para sufrirla y trasmitirla, y borrarla o compenetrarse con ella hasta la amargura y la infelicidad, pero hoy las redes, las mismas que tanto se mencionan en todas partes, la hacen más sufrible y más tormentosa, y presencial, por una extraña paradoja. Pero este pecado capital está ahí haciendo sus triquiñuelas y produciendo tantos desastres, que medio mundo, en buena medida, está pendiente del otro medio, para atisbar cualquier ocasión y desprenderse del cataclismo que lo tiene insinuando sus desaires y sus defectos. Sin embargo, aunque no se quiera, produce con frecuencia efectos pavorosos, sobre todo cuando quien la siente tiene en su conciencia muchas censuras y muchos apuros.

En buena medida este es un llamado a la conciencia generosa e inteligente, para que con el tino de los ciudadanos y ciudadanas decentes e instruidos se promueva, entre los niños y niñas y los jóvenes, una vocación más solidaria y más respetuosa del otro, y no buscar en las pendencias desabridas, las venganzas y los deshonores que no sirven de ejemplo a la sociedad, y sí dejan muy averiadas las confianzas y la dignidad del envidioso. A los escándalos de los suspicaces se contesta con el silencio y con los argumentos de la nobleza y el decoro. Las lecciones están para aprenderse y para difundirlas, sobre todo por el bienestar de quienes heredarán este planeta tan desigual e injusto. Y ahí, sin duda, la lectura y la capacidad de oír y pensar dejarán huella imborrable y un futuro más armonioso. ¡Habrá futuro!

Para concluir, Jacinto Benavente, el extraordinario escritor español, premio Nobel, decía que la envidia es tan fea “que siempre anda por el mundo disfrazada, y nunca más odiosa que cuando pretende disfrazarse de justicia”. Ahí, quizás, todo esté dicho…

Por: Luis Fernando García Núñez