El 15 de mayo se celebra en Colombia el Día del Maestro. En el santoral de la Iglesia Católica se evoca a san Juan-Bautista de la Salle, el humilde fundador de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, con unos principios tan inteligentes como el de que: “Es cosa importantísima no enseñar una lección a un alumno si este no está suficientemente preparado, pues no podrá entenderla nunca, y quedará por todo el resto de su vida sumido en la ignorancia” (1719). Este santo, que es el patrono de los maestros, dedicó su vida a enseñar. Quizás la más extraordinaria de las misiones a la que puedan dedicarse los seres humanos. En los maestros y maestras está la razón de la patria, son la fuerza vigorosa que le da sentido a una sociedad, pues ellos son el faro luminoso que indica el camino que se debe seguir. Ellos han sido, y seguirán siendo, los forjadores del progreso de la humanidad.
Son muchas las razones para que no solo se les reconozca en una celebración tan especial, porque han asumido el reto más complejo en la construcción de una nación, son los apóstoles que luchan todos los días por abrir las compuertas de la ciencia, del conocimiento y el desarrollo a miles, millones de jóvenes y adultos, para que sean felices, para que puedan forjar sus destinos con armonía y justicia, para que comprendan la riqueza que existe en la diversidad, para que sus palabras permitan la construcción de un mundo elevado y tolerante, ético y democrático. Kant, el filósofo alemán, decía “Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él”. Claro, porque “La educación es la preparación a la vida completa”, como indicaba Herbert Spencer. Y el maestro es quien imparte esa preparación.
En una sociedad de elevados principios el maestro es un tesoro. El más formidable de todos, y se cultiva con el respeto que merece. Debe tener todas las prebendas requeridas para que su misión se convierta en una tarea del Estado y la sociedad, y pueda él realizar su extraordinaria vocación con la serenidad exigida. Su vida digna debe ser ejemplo del decoro con el que el país asume la obligación de cumplir con el derecho de educar a sus ciudadanos.
Por Luis Fernando García Núñez
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