Un verdadero embeleco viven los pacientes que tienen que ir donde los nutricionistas. Un embeleco, es decir, engaño, embuste, como dice el Diccionario de la Academia. Podría no ser tanto, pero es una visita incómoda y francamente diabólica. El regaño del experto y las sugerencias traspasan las fronteras de la realidad, de la que viven esos resignados seres que se pasan de los kilos debidos o que están por debajo del peso ideal o que tienen una gran barriga o que no tienen los músculos que se espera debe tener una persona “normal” y en buen estado de salud. Y la tensión y el colesterol y los triglicéridos y la grasa y todo eso que crece desbordadamente y que se puede curar con una “dieta mediterránea”, o sin tantas harinas y con ciertos alimentos especiales que vienen de Europa, o se consiguen en los más reconocidos supermercados de la capital. Solo hay que invertir unos cuantos cientos de miles más mensuales o tomar reconstituyentes y vitaminas que ayudan a recobrar el peso ideal y la salud requerida.
Nada dicen los nutricionistas de la armonía que se requiere para mejorar la salud, de la amabilidad con los enfermos, de la necesidad de cariño y de la búsqueda de alimentos nativos no procesados, más comunes y baratos, o cuando los proponen dejan un cierto sabor a nostalgia por los deliciosos pistachos y las almendras, o los frutos del mar y el aceite de oliva. Aquí, sin duda, se requiere buena alimentación, pero también buen trato a los pacientes que “pacientemente” van a reclamar sus remedios, que esperan semanas y meses para una cita con el especialista, que son llevados y traídos y regañados y ofendidos y engañados. Las EPS, y los encargados de la salud, convirtieron el bienestar de los colombianos en el más grande negocio de sus vidas y los dineros para cuidar a los ciudadanos van a parar a otros rentables mercados. ¡Aunque lo nieguen y se rasguen las vestiduras!
Y la publicidad, en tanto, augura en sus fantoches publicidades sobre algunos alimentos y productos, extraordinarios beneficios para el que los consuma a tiempo, y sin tanta moderación, a pesar de los rombos que muestran los peligrosos venenos que contienen. Un antiguo proverbio, ni como mandado a hacer, dice “Dios nos manda el alimento y el demonio lo guisa”.
Por: Luis Fernando García Núñez