Son las noches y los días. Es la vida y la paz de todos. Desde los inicios del tiempo, desde cuando las gotas de agua fueron creciendo y forjaron los ríos y estos llegaron a los océanos. Desde cuando los lagos y los bosques crecieron: El Génesis dice: “Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la haz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas”. Y entonces vino el alma de estos campos y la luz superó la oscuridad y este planeta se trasformó, y los seres que lo empezaron a poblar entendieron que podían aprovecharlo, pero también cuidarlo. Entendieron los primitivos que la esencia de la creación estaba en que todos podían beneficiarse de los caudales, de los frutos, de las flores, de los animales, del paraíso. Que todos podrían vivir en sus llanuras, en sus montañas, en sus valles, en la riberas de sus ríos y en las playas de sus océanos.
Generoso ha sido el planeta con sus moradores. Les ha dado cuanto han querido, les ha otorgado la alegría y la abundancia. Pero ellos solo piden, y han abusado de la esplendidez y han herido esta casa universal, y unos pocos, presuntuosos de su inteligencia y poder, la han dividido en grandes parcelas, y a los antiguos habitantes los han confinado en pequeñas parcelas, sin la dignidad de los privilegios que merecen. Se han apropiado del oro, del petróleo y el carbón, de los árboles y las ciénagas, de las aves y los animales, de las mariposas y las luciérnagas. En los cielos inmensas nubes de venenos y la tierra saqueada y ultrajada. Incendios monstruosos, devastaciones, erosiones, erupciones, nevadas e inviernos inclementes, inundaciones calores y enfermedades, y guerras y desplantes de esos usurpadores que se han hecho dueños de todo.
¡Sin embargo, el oro, guardado en las seguras bodegas de la avaricia, no servirá para aplacar la sed de todos!
Por Luis Fernando García Núñez