Un niño enfermo…

Hay cientos de niños y niñas enfermos. Todos producen sensaciones extrañas de ternura y de tristeza y quizás ellos confrontan, sin quererlo, a la humanidad. Habrá quienes no se compadecen ni les importan, pero a los seres humanos nutridos por el amor y la esperanza, sí les interesan y luchan porque muy rápido salgan de sus dificultades y angustias. En ellos debe la humanidad poner su atención. A ellos hay que oírlos y con ellos no debe haber distinciones de raza, ni de credo, ni de partido. Las angustias de los niños a veces resultan irreparables y traen consecuencias muy graves en el futuro, porque tal como el mundo los trate hoy ellos tratarán al mundo luego. Un niño es una antorcha que da luz y energía, y alegra y promueve la armonía. Los niños enseñan y orientan, y sus voces conmueven a la sociedad porque no están contaminados por el odio ni por la codicia.

Un niño o una niña enferma inquietan. Sus preguntas son justas y decisivas, sus voces y sus congojas llegan a la conciencia de los justos y dejan testimonios de las incertidumbres que los mayores, llenos de ventajas y engaños, quieren sembrar en sus corazones limpios. Las promesas a los chiquillos deben cumplirse y no dilatarse, porque sus ideas están ajustadas a sus conciencias que no encierran las mezquindades de quienes los educan y los forman. Ellos son los primeros ciudadanos del universo, no escatiman esfuerzos en la alegría y en la confianza, enseñan sus lecciones sin el carácter autoritario de los maestros, sin los deslices de los viejos, sin los intereses de los propagandistas ni las artimañas de los politiqueros, ni los artificios de quienes todos los días dicen que los aman y luchan por ellos, cuando están urdiendo campañas para encerrarlos en las despreciables trincheras de sus particulares intereses. “En cada niño nace la humanidad”, decía el escritor español don Jacinto Benavente, Premio Nobel de Literatura en 1922.

La mirada diaria a las terribles noticias que llegan de todos los rincones del universo pone en alerta a los pueblos honrados y plantea dilemas que alteran la razón de la civilización. “Cada niño, al nacer, nos trae el mensaje de que Dios no ha perdido aún la esperanza en los hombres”, decía el poeta indio Rabindranath Tagore, Premio Nobel en 1913. Aunque, a veces, la realidad pareciera otra.

Escrito por: Luis Fernando García Núñez