La fobia a lo extranjero o a los extranjeros se contagia con inusitada rapidez en muchos lugares. Un lenguaje agresivo, noticias falsas y algunas verdaderas, han aumentado el desprecio por los migrantes, por esos infortunados seres humanos que han tenido que huir de sus países para salvar sus vidas o vivir plenamente. Este planeta pertenece a todos, es de todos, pero algunos han puesto barreras para que solo lo disfruten pocos, y ellos deciden fijar fronteras sin importar los desplazamientos, los robos de las tierras ancestrales y las perversas amenazas. Un hecho recurrente del que el mundo guarda un ejemplo siniestro es el nazismo. Esos años aciagos concluyeron con la segunda guerra mundial, durante la cual asesinaron a más de seis millones de judíos, en un vergonzoso genocido, y no es la única tragedia porque a ella se han sucedido otras que la humanidad no ha detenido.
Esos viajes que muchos, obligados por las circunstancias, tienen que emprender destruyen pueblos enteros, comunidades y familias, destruyen seres humanos que, con frecuencia, son condenados por el hecho de ser inmigrantes. Muchos huyen y luego tienen que enfrentar el odio y el desprecio de sus connaturales, como si el amor al prójimo no fuera un mandato de obligatorio cumplimento. Sin ir muy lejos en Deuteronomio 17:19 se dice “maldito el que viole el derecho del extranjero, del huérfano y de la viuda”, y en Levítico 19:34 se añade “al forastero que reside junto a nosotros lo miraréis como a uno de vuestro pueblo y le amarás como a ti mismo”. “Todos ustedes son hermanos” (Mt 23: 8) y ese todos es absoluto, no unos sí y otros no. Es también, sin duda, un veredicto para quienes migran, ellos están comprometidos a seguir esos principios y deben hacerse mensajeros de la lección que traen los libros sagrados: “no se olviden de practicar la hospitalidad porque gracias a ello algunos sin saberlo hospedaron a ángeles”.
No solo son normas sagradas, sino civiles, de los derechos humanos, de las convenciones internacionales, del respeto por el otro. La tantas veces citada Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo primero dice: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. ¿Será, entonces, letra muerta?
Por: Luis Fernando García Núñez